La valentía y la cobardía. Indignados e indignos. Hatajo de ignorantes... |
Una vez que los descencerrados supieron que la laicidad de España funciona viento en popa, no tuvieron argumentos para arremeter contra los católicos. Ni falta que hace. Una ocasión para que el mundo entero sepa que el terrorismo en España no siempre es vasco no se puede dejar pasar así como así. Todos deben ver hasta dónde estamos dispuestos a llegar. Nadie se sorprende de lo peligrosa que puede llegar a resultar una monja, o una familia con niños pequeños, o el malicioso poder que tiene una masa de jóvenes que rezan vete tú a saber a quién, ¡¡¡a Franco por lo menos...!!! No, no, no... -Todos tienen que saber que los que defendemos la República, las asociaciones de gays y lesbianas, los que somos de izquierdas, los "librepensadores", acostumbramos a reclamar nuestra idea de laicismo de esta manera-, deberán pensar estos insensatos (ya se han recibido, dicho sea de paso, las pertinentes disculpas de los republicanos, homosexuales y laicos que evidentemente discrepan con el modus operandi de estos "indignos"), que todavía no han desarrollado la picaresca de esconder sus acciones a los miles de objetivos que, atónitos, recogían el maravilloso testimonio gráfico. Sí señor.
Pues es una pena.
Como suelo hacer en estos casos, procuro empatizar con el que comete un error. Lo he vuelto a hacer. En este caso creo adivinar que se trata de una masa de cientos de individuos con cientos de circunstancias que comparten un denominador común, el RESENTIMIENTO. ¿Bajo qué realidad actuaría una masa tan rabiosa, tan violenta y tan fuera de sí? ¿Realmente esta gente sentía la provocación de los miles de jóvenes católicos? Uno de los violentos afirma que un grupo de jóvenes peregrinos lo estaban provocando porque ante la manifestación de "indignados" ellos se sentaron y comenzaron a rezar (algo me da que rezaban por ellos). No se. Rezar como atenuante de una provocación....
El poder de la caterva es impresionante. Puede envenenar al indivíduo y crearle una condición de sentirse "miembro", creerse parte de algo. Si hay alguna explicación psicológica que demuestre esto, probablemente haya otra que explique que de ser así, cada indivíduo que arremete contra el indefenso lo hace porque está sólo, porque no tiene nada, porque está vano. El vacío saca lo peor de las personas, y no hay persona expuesta a mayor peligro que la que no tiene nada. Sólo hay una cosa que puede llenar el vacío, la antimateria, lo oscuro, la nada: de todo esto es capaz el odio. El odio es la gangrena que se autoalimenta y se extiende de forma irracional. Es como la fe pero al inverso. El odio se zambuye en el absurdo y no entiende de fundamentos. No sabe leer ni escribir, ni sabe escuchar. El odio es capaz de cambiar hasta la anatomía de las personas, enrojeciendo sus ojos, enervando sus músculos y dilatando sus vasos sanguíneos. Se manifiesta a través de la boca, neutraliza los oídos. El odio es una autodefensa casi instintiva ante los remordimientos, la infelicidad, la falta de autorrealización y el fracaso. Hace dirigir la violencia contra el débil, el que no presta atención. Así pues, cuanto más ignoraban los peregrinos a la masa de energúmenos, éstos más se encolerizaban y se envenenaban de sí mismos. Las acusaciones crecían y una vergüenza ajena se quedaba para la eternidad entre el objetivo y la película fotográfica de cada anónimo reportero que presenciaba aquello. ¿Habría algún tipo de reportero en la Vía Dolorosa? ¿Sentiría algo similar el Evangelista cuando en el Gólgota presenciaba la consumación del mal?
Si bien aquella masa de peregrinos supondría la cruz de la Iglesia, la tarde del 17 de agosto esa cruz tuvo clavos. Esa tarde la cruz tuvo espinas y clavos, los que atravesaron las manos de la libertad y la dignidad, los que soportarían el peso de los errores de 2 millones de personas y sobre los que penden las debilidades de nuestra razón de ser.
Sin saberlo, los indignados también estaban llamados a las Jornadas. Es posible que Dios los llamase de esta forma. Los vulgares tenían una misión en Sol, y a Dios le han salido las cosas bien. El día 17 de agosto, en Madrid pudimos contemplar toda una aplicación de la oración de San Francisco, la cual pide que yo sea el que sirva amor cuando me ofrezcan odio, y amor fue de lo que se llenaron los bolsillos unas personas que voceaban. La ofensa se canjeó por un perdón sincero en todos los idiomas. Y yo estaba allí. Yo lo ví. Una comitiva presidida por un papamóvil de cartón que portaba un falo repartía condones y discordia, y una tempestad de unión cristiana barrió la ignorancia como un tsunami de cánticos y de alegría, y la alegría se contagió ante la enfermedad de la desesperación. La fe que desfilaba entre paseíllos de dudas es el regalo que todavía queda tatuado en las pupilas de los que estábamos allí, incluídos los que no veían, y miles de almas que se sentaron en el suelo consiguieron ser iluminados por la luz que alumbra el orgullo de vivir en la fe de Cristo. Ese sentimiento realmente me hizo consolar al que estaba asustado, y no ser consolado, comprender y no ser comprendido, y amar como respuesta a la ausencia de amor. Sí, San Francisco estaba allí. No me cabe ninguna duda de que era Asís quien iluminaba Sol. San Francisco estaba allí... Quizás fuese uno de aquellos policías, contemplativo e imparcial ante el espectáculo, paciente, templado y guardián, tanto de unos como de otros. Tal vez.
Sea como fuere, cada uno de los peregrinos de la Jornada Mundial de la Juventud atesoramos aquellos días como de los más maravillosos de nuestras vidas. Todo tiene sentido. Pues claro que tenemos la certeza de que justo en frente de nuestras narices se encuentra la verdad... Nunca me he sentido tan orgulloso de sentirme cristiano. Si es verdad que nunca antes los clavos han escocido tanto para mí, tampoco nunca antes he sentido tanta dicha de ser parte de la cruz sobre la que descansa la fe de tantísimas personas.
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